viernes, 30 de octubre de 2009

ENTRE EL LUCRO Y LA NADA

Autor: Guillermo Giacosa
“La idea de que se puede fomentar la paz mientras se alientan los esfuerzos de posesión y lucro es una ilusión –y peligrosa– porque le impide a la gente reconocer que se enfrenta a una clara alternativa: un cambio radical de su carácter o la guerra permanente. Desde luego, esta es una vieja alternativa; los dirigentes han elegido la guerra, y los pueblos los han seguido. Hoy, con el increíble aumento de la destructividad de las nuevas armas, la alternativa no es la guerra, sino el suicido colectivo”. Erich Fromm escribió estas palabras premonitorias en 1976. Hacía solo un año de la estrepitosa derrota de EE.UU. en Vietnam, que dejó un impreciso saldo de muertos que oscila entre 2 y 5.7 millones de personas, además de gravísimos daños medioambientales. Ya entre 1950 y 1953, apenas cinco años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, sufrimos la Guerra de Corea. En los últimos años asistimos a la guerra entre Irán e Irak, promocionada por Occidente para debilitar a la teocracia iraní, gracias a los servicios del impresentable ex socio de los EE.UU., Saddam Hussein. Vino luego la Primera Guerra del Golfo, con 30,000 muertos en el bando del ex aliado iraquí y solo 378 en lo que se denominó la Coalición de Naciones Unidas encabezada por la superpotencia y dirigida por uno de los generales del Pentágono. Más tarde, y como injustificada represalia al ataque del 11 de setiembre a las Torres Gemelas, asistimos a la Segunda Guerra del Golfo, con más de un millón de muertos y daños materiales descomunales, que aún sigue en curso, y a la guerra de una Coalición de la OTAN contra Afganistán, uno de los países más pobres del planeta. Antes, durante y después de las guerras mencionadas, hubo conflictos en Ruanda, Liberia, Sudán, Nicaragua, etc.
Una frase atribuida a Jesús dice: “Y oiréis de guerras y rumores de guerra”. No precisa el tiempo pero, en todo caso, tampoco se equivocó. La guerra, en una sociedad que alienta 'la posesión y el lucro’, es un hecho normal. No hace falta más que observar el calendario bélico para darse cuenta de que la furia destructiva no cesa. Ayer por el petróleo, mañana por el agua. En un momento para dominar el planeta, en otro para instaurar democracias allí donde ni la palabra se conoce o donde los gobiernos de turno favorecen los grandes intereses económicos.
El teólogo Leonardo Boff no menciona la guerra pero, en un reciente artículo, alude a la orientación que se le está dando a la tecnología que, al fin y al cabo, tiene la misma lógica que la propia guerra. No mata directamente a los seres humanos, pero destruye su medio ambiente o se apropia de los recursos naturales, lo que, a la larga, es más o menos lo mismo. Dice Boff: “Los señores del dinero someten a las personas, controlan la sociedad y deciden qué saber y qué técnica hay que desarrollar para reforzar su poder. No se produce para la vida sino para el mercado. No se inventa para la sociedad sino para el lucro”. En suma, la sociedad apunta a destruirse a partir del cultivo de valores que no pueden conducir a otro final que no sea la tragedia.
Diario Perú 21 del 29 de octubre de 2009

martes, 20 de octubre de 2009

El FMI y los bebés subdesarrollados

Autor: Guillermo Giacosa
El Fondo Monetario Internacional (FMI) emite un billetito que no es un billetito, pero que significa lo mismo que un billetito y puede ser usado para paliar necesidades. Tiene un nombre francamente ridículo, Derechos Especiales de Giro –parece un manual de baile– y en esta ocasión los DEG –así es su sigla– han salido a bailar para aliviar la economía que anda atravesando períodos de fatiga y retortijones. Lo curioso es que se habló, en los elegantes salones del FMI, de que este dinero debería darle un respiro a las economías emergentes y a las más necesitadas, pero a la hora de repartirse, los que se quedaron con el pedazo de torta más grande fueron los países más ricos, pues el criterio que se aplicó fue el de distribuir según los aportes de cada uno. Una vez más, los opulentos se hicieron un regalo a sí mismos. Casi una tradición. Recuerdo que en mi casa cada vez que a alguien le tocaba la tarea de distribuir la comida o de partir la torta, se solía decir: “el que corta y reparte se queda con la mejor parte”. En el terreno familiar, generalmente quien reparte es el dueño de casa. En este caso ocurre exactamente lo mismo.
Porque el FMI no es de todos, como quieren hacernos pensar, sino de los que más aportan, que son quienes imponen –con los derechos que esos aportes le significan– las políticas que les conviene y cuyos resultados, por lo general –incluso en las mejores familias–, son considerados desastrosos para los sectores menos afortunados en el reparto económico. Con los DEG, a pesar de todas las promesas de cambio, ocurrió una vez más lo mismo. En este caso, hasta un funcionario del Fondo –a quien supongo que ya habrán despedido por desleal– manifestó que dicho reparto expresaba “una falta de eficiencia”. La cantidad repartida equivalía a 250 mil millones de dólares, y lo que cayó por estas tierras, si es que algo cayó, se debe parecer a la anémica propina de un padrino pobre.
El mismo funcionario del FMI que hizo esta crítica habló de la existencia de créditos “accesibles para aquellos que se portan bien y con conjunto de buenas políticas” (sic). “Aquellos que se portan bien”: ¿qué criterio económico, político o ético encierra ese “se portan bien”? ¿Incluirá la genuflexión o algún otro gesto heredado de los tiempos de la esclavitud? ¿Es este un lenguaje de adultos? ¿O copia intencionadamente, para ponernos en nuestro lugar de entrada, el lenguaje que los adultos emplean con los niños, sus eternos subordinados? En fin, estos créditos para niños educados y obedientes ya han sido otorgados a México por 47,000 millones de dólares, a Polonia por 21,000 millones, y a Colombia por 11,000 millones, países que siguen las recetas ortodoxas del Fondo y que están alineados con las políticas generales de Estados Unidos. Y para que nadie dude de que el FMI promete cambiar pero no cumple, las exigencias para otorgar los créditos que solicitaron Hungría, Rumania, Letonia y El Salvador son: fuertes ajustes fiscales, congelamiento de salarios y subida de tasas. Lo mismo de siempre.
Diario Perú 21 del 19 de octubre de 2009.

¡No privaticen Sedapal!

Autor: Guillermo Giacosa
He leído, con consternación, que existe la intención de privatizar Sedapal. No deseo extenderme demasiado en esta oportunidad, pues carezco de suficiente información sobre la intensidad de dicha intención, pero quisiera decir que, más allá de cualquier disputa ideológica, privatizar el agua es un error monumental. Uno de los peores que se pueden cometer. Tengo la absoluta seguridad –una de las pocas cosas sobre la que estoy seguro– de que el gobierno que realice esta operación cargará, por el resto de la historia, con un estigma tan monumental como su error. Hoy ya hay guerras –solapadas algunas y más evidentes otras– por la posesión de los recursos hídricos. El agua es, actualmente, un tema que tiene que ver con la paz mundial. Es un recurso estratégico de primer orden. No se puede poner un recurso de esa naturaleza, graciosamente, en manos de grupos empresariales que, por más buena voluntad que posean, velarán, como es lógico, por los intereses de sus inversiones. Espero que la información de que el BID otorgó, en el 2007, un préstamo de 100 millones de dólares condicionados a que Sedapal se privatizara sea solo una advertencia para que la idea de privatizar el agua no prospere. Jugar al capitalismo caníbal es peligroso. Lo demuestra la crisis actual. Crisis que, por otra parte, nos enseña que quienes han caído en el delirio de crear riquezas, sin reparar en métodos y consecuencias, no aprenden.
No aprender significa curar la enfermedad con las recetas que la provocaron. Creen, supongo, que la crisis tiene efecto vacuna, es decir, inmuniza contra otras crisis. Desafortunadamente, el argumento biológico no funciona en este campo. Por el contrario, una crisis cuyas causas no son atacadas en sus raíces –que, en este caso, descansan en una ideología que rescata lo peor de la soberbia humana– volverá a repetirse una y otra vez hasta que aprendamos la lección. Habrá que ver si cuando la hayamos aprendido tendremos todavía planeta en condiciones de brindarnos una nueva oportunidad.
No exagero un ápice. No son pocos los economistas que anuncian la formación de una nueva burbuja que empalidecerá la ya monstruosa que crearon las hipotecas subprime.
Cuando digo soberbia, quiero decir que los seres humanos, habitantes de un planeta casi insignificante, se comportan como si los bienes de este mundo fueran inextinguibles y como si la atmósfera estuviera blindada para asegurar nuestra supervivencia. Prevalece, incluso entre no pocos cultos profesionales, un sentimiento de omnipotencia que no se compadece de la realidad. El planeta está en terapia intensiva. Seguir explotándolo irracionalmente significa acortar los tiempos para que de terapia intensiva pase a la morgue. El agua es, si pretendemos que nuestros hijos no calmen su sed con goteros, uno de los elementos centrales en esta lucha por la supervivencia. Entregarla al capital privado es ponerla en manos de quienes pretenden seguir festejando el carnaval en la sala de terapia intensiva.
Diario Perú 21 del 20 de octubre de 2009

jueves, 1 de octubre de 2009

Convicciones versus prejuicios

Escrito por Guillermo Giacosa
He leído las obras de Hernando de Soto, lo he entrevistado varias veces, he escrito sobre él, y siempre me ha parecido el arquetipo del pensamiento liberal con el cual las discrepancias pueden transformarse en puntos de encuentro. Su virtud reside en defender, con argumentos y de modo original, los puntos de vista que sostiene, sin ensañarse con eventuales adversarios.
Defiende aquello en lo que honestamente cree, no es apocalíptico y adjetiva con cautela. Cultiva realmente la virtud liberal de respetar la libertad de pensamiento y no descalifica con epítetos, sino con razones. Me vinieron estas reflexiones a la mente pues el viernes último escuché a Hernando de Soto por CNN, y minutos antes, por casualidad, había leído los dichos del cónclave neoliberal que se acaba de reunir en Buenos Aires. Alguien dijo allí que esa era “la mesa de la civilización”, lo cual colocaba instantáneamente a quienes no piensan como ellos en el campo de la barbarie.
Es decir que en el riquísimo espectro del pensamiento humano, donde la realidad nos ofrece cada día un abanico más amplio de posibilidades y de dramas –calentamiento global, aumento de la marginalidad, etc.–, solo algunos piensan en el sentido de la civilización: ellos. Dicho en palabras más duras, unos representan la cumbre del pensamiento humano y otros se han quedado en los escalones inferiores de su origen animal. No podía imaginar a Hernando de Soto en ninguno de esos cónclaves y, mucho menos, opinando tan ligera e irrespetuosamente sobre sus supuestos adversarios ideológicos. Digo bien adversarios ideológicos, y no los protagonistas reales de historias que tanto en la derecha como en la izquierda –o como quieran llamar a esa división– deberían avergonzarnos a todos. Me refiero a los extremistas, a los fundamentalistas políticos, a los que, en suma, no respetan la condición humana de su prójimo, sea cual fuere el pensamiento de este.
Martin Buber, el luminoso filósofo judío, decía: “Toda vida verdadera es encuentro”. Hoy, la moderna neurobiología enseña que los cerebros están diseñados para comprenderse, para hacer empatía y, en suma, para encontrarse. ¿Cuándo ocurre y cuándo no este encuentro? Supongo que el encuentro se produce cuando se ha ahondado en las verdades en las que uno cree y cuando, desde ese sitio, se puede percibir –seamos honestos– lo relativo de todas nuestras opciones de pensamiento. El desencuentro nace del fanatismo o de la defensa de intereses que nada tienen que ver con las ideas que se dice profesar. Erich Fromm afirmaba que “el ser humano moderno, alienado, posee sin duda opiniones y prejuicios, pero no convicciones; tiene ciertas preferencias y aversiones, pero no voluntad propia”.Es en esa falta de convicciones –es decir, en esa falta de profundidad– donde descansa el muro de incomprensión entre quienes pretenden conocer el camino para construir una sociedad digna de nuestro potencial y de los valores morales que, sin practicar, hemos colocado como metas de nuestra conducta.
Copiado del diario Perú 21 del 23 de setiembre de 2009

Dramática advertencia de Chomsky

Autor: Guillermo Giacosa
Hace unos días Chomsky, el lúcido pensador estadounidense, ofreció una conferencia en México que dejó atónito a más de uno. Chomsky no necesita argumentos estrafalarios para sorprender. Le basta expresar conceptos que todos tenemos al alcance de nuestra inteligencia, pero que ha oscurecido la alienación impuesta por el poder mediático. Dijo Chomsky, por ejemplo, que “las elecciones en EE.UU. son montajes espectaculares, conducidos por la industria de las relaciones públicas que floreció hace un siglo en los países más libres del mundo, Inglaterra y el propio EE.UU., donde las luchas populares habían ganado la suficiente libertad para que el público ya no fuera tan fácilmente controlado por la fuerza. Entonces, los arquitectos de las políticas públicas comprendieron que era necesario controlar las actitudes y las opiniones. Para ello había que controlar las elecciones”.
Como no podían controlarlos desde afuera, decidieron controlarlos desde adentro. Ocuparon su cerebro y desde allí operan impunemente sin más recriminaciones que las que pueden hacer quienes carecen del poder de cambiar radicalmente esa tendencia. Esa ausencia de ciudadanos, dueños de sus propios razonamientos, es el punto central de un vía crucis que puede terminar en la degradación total de la vida sobre el planeta. El triunfo de los intereses económicos sobre el pensamiento crítico es un desafío a la humanidad.
Agrega luego Chomsky que “EE.UU. no es una democracia guiada como Irán, donde los candidatos requieren la aprobación de los clérigos. En sociedades libres, son las concentraciones de capital las que aprueban candidatos y, entre quienes pasan por el filtro, los resultados terminan casi siempre determinados por los gastos de campaña. Los operadores políticos son muy conscientes de que, con frecuencia, el público disiente –en algunos puntos– de los arquitectos de las políticas públicas. Entonces, las campañas electorales evitan ahondar en cualquier punto y favorecen las consignas, las floridas oratorias, las personalidades y el chisme. Cada año, la industria de la publicidad otorga un premio a la mejor campaña promocional del año. En 2008, el premio se lo llevó la campaña de Obama, derrotando a las computadoras Apple. Los ejecutivos estaban eufóricos. Se ufanaban abiertamente de que este era su éxito más grande desde que comenzaron a promocionar candidatos –cual si fueran pasta de dientes que asocian con estilos de vida–, técnicas que cobraron fuerza durante el periodo neoliberal, primero que nada, con Reagan”.
Chomsky termina: “Quien mire un anuncio de TV sabe que las empresas destinan enormes recursos a crear consumidores uniformados que eligen irracionalmente sus opciones. Los mismos dispositivos utilizados para derruir mercados se adaptan al objetivo de socavar la democracia, creando votantes desinformados que tomarán decisiones irracionales a partir de una limitada serie de opciones compatibles con los intereses de los dos partidos que, a lo sumo, son facciones competidoras de un solo partido empresarial”.
Copiado del diario Perú 21 del 30 de setiembre de 2009