El Fondo Monetario Internacional (FMI) emite un billetito que no es un billetito, pero que significa lo mismo que un billetito y puede ser usado para paliar necesidades. Tiene un nombre francamente ridículo, Derechos Especiales de Giro –parece un manual de baile– y en esta ocasión los DEG –así es su sigla– han salido a bailar para aliviar la economía que anda atravesando períodos de fatiga y retortijones. Lo curioso es que se habló, en los elegantes salones del FMI, de que este dinero debería darle un respiro a las economías emergentes y a las más necesitadas, pero a la hora de repartirse, los que se quedaron con el pedazo de torta más grande fueron los países más ricos, pues el criterio que se aplicó fue el de distribuir según los aportes de cada uno. Una vez más, los opulentos se hicieron un regalo a sí mismos. Casi una tradición. Recuerdo que en mi casa cada vez que a alguien le tocaba la tarea de distribuir la comida o de partir la torta, se solía decir: “el que corta y reparte se queda con la mejor parte”. En el terreno familiar, generalmente quien reparte es el dueño de casa. En este caso ocurre exactamente lo mismo.
Porque el FMI no es de todos, como quieren hacernos pensar, sino de los que más aportan, que son quienes imponen –con los derechos que esos aportes le significan– las políticas que les conviene y cuyos resultados, por lo general –incluso en las mejores familias–, son considerados desastrosos para los sectores menos afortunados en el reparto económico. Con los DEG, a pesar de todas las promesas de cambio, ocurrió una vez más lo mismo. En este caso, hasta un funcionario del Fondo –a quien supongo que ya habrán despedido por desleal– manifestó que dicho reparto expresaba “una falta de eficiencia”. La cantidad repartida equivalía a 250 mil millones de dólares, y lo que cayó por estas tierras, si es que algo cayó, se debe parecer a la anémica propina de un padrino pobre.
El mismo funcionario del FMI que hizo esta crítica habló de la existencia de créditos “accesibles para aquellos que se portan bien y con conjunto de buenas políticas” (sic). “Aquellos que se portan bien”: ¿qué criterio económico, político o ético encierra ese “se portan bien”? ¿Incluirá la genuflexión o algún otro gesto heredado de los tiempos de la esclavitud? ¿Es este un lenguaje de adultos? ¿O copia intencionadamente, para ponernos en nuestro lugar de entrada, el lenguaje que los adultos emplean con los niños, sus eternos subordinados? En fin, estos créditos para niños educados y obedientes ya han sido otorgados a México por 47,000 millones de dólares, a Polonia por 21,000 millones, y a Colombia por 11,000 millones, países que siguen las recetas ortodoxas del Fondo y que están alineados con las políticas generales de Estados Unidos. Y para que nadie dude de que el FMI promete cambiar pero no cumple, las exigencias para otorgar los créditos que solicitaron Hungría, Rumania, Letonia y El Salvador son: fuertes ajustes fiscales, congelamiento de salarios y subida de tasas. Lo mismo de siempre.
Diario Perú 21 del 19 de octubre de 2009.