He leído las obras de Hernando de Soto, lo he entrevistado varias veces, he escrito sobre él, y siempre me ha parecido el arquetipo del pensamiento liberal con el cual las discrepancias pueden transformarse en puntos de encuentro. Su virtud reside en defender, con argumentos y de modo original, los puntos de vista que sostiene, sin ensañarse con eventuales adversarios.
Defiende aquello en lo que honestamente cree, no es apocalíptico y adjetiva con cautela. Cultiva realmente la virtud liberal de respetar la libertad de pensamiento y no descalifica con epítetos, sino con razones. Me vinieron estas reflexiones a la mente pues el viernes último escuché a Hernando de Soto por CNN, y minutos antes, por casualidad, había leído los dichos del cónclave neoliberal que se acaba de reunir en Buenos Aires. Alguien dijo allí que esa era “la mesa de la civilización”, lo cual colocaba instantáneamente a quienes no piensan como ellos en el campo de la barbarie.
Es decir que en el riquísimo espectro del pensamiento humano, donde la realidad nos ofrece cada día un abanico más amplio de posibilidades y de dramas –calentamiento global, aumento de la marginalidad, etc.–, solo algunos piensan en el sentido de la civilización: ellos. Dicho en palabras más duras, unos representan la cumbre del pensamiento humano y otros se han quedado en los escalones inferiores de su origen animal. No podía imaginar a Hernando de Soto en ninguno de esos cónclaves y, mucho menos, opinando tan ligera e irrespetuosamente sobre sus supuestos adversarios ideológicos. Digo bien adversarios ideológicos, y no los protagonistas reales de historias que tanto en la derecha como en la izquierda –o como quieran llamar a esa división– deberían avergonzarnos a todos. Me refiero a los extremistas, a los fundamentalistas políticos, a los que, en suma, no respetan la condición humana de su prójimo, sea cual fuere el pensamiento de este.
Martin Buber, el luminoso filósofo judío, decía: “Toda vida verdadera es encuentro”. Hoy, la moderna neurobiología enseña que los cerebros están diseñados para comprenderse, para hacer empatía y, en suma, para encontrarse. ¿Cuándo ocurre y cuándo no este encuentro? Supongo que el encuentro se produce cuando se ha ahondado en las verdades en las que uno cree y cuando, desde ese sitio, se puede percibir –seamos honestos– lo relativo de todas nuestras opciones de pensamiento. El desencuentro nace del fanatismo o de la defensa de intereses que nada tienen que ver con las ideas que se dice profesar. Erich Fromm afirmaba que “el ser humano moderno, alienado, posee sin duda opiniones y prejuicios, pero no convicciones; tiene ciertas preferencias y aversiones, pero no voluntad propia”.Es en esa falta de convicciones –es decir, en esa falta de profundidad– donde descansa el muro de incomprensión entre quienes pretenden conocer el camino para construir una sociedad digna de nuestro potencial y de los valores morales que, sin practicar, hemos colocado como metas de nuestra conducta.
Copiado del diario Perú 21 del 23 de setiembre de 2009