Autor: Guillermo Giacosa
He leído, con consternación, que existe la intención de privatizar Sedapal. No deseo extenderme demasiado en esta oportunidad, pues carezco de suficiente información sobre la intensidad de dicha intención, pero quisiera decir que, más allá de cualquier disputa ideológica, privatizar el agua es un error monumental. Uno de los peores que se pueden cometer. Tengo la absoluta seguridad –una de las pocas cosas sobre la que estoy seguro– de que el gobierno que realice esta operación cargará, por el resto de la historia, con un estigma tan monumental como su error. Hoy ya hay guerras –solapadas algunas y más evidentes otras– por la posesión de los recursos hídricos. El agua es, actualmente, un tema que tiene que ver con la paz mundial. Es un recurso estratégico de primer orden. No se puede poner un recurso de esa naturaleza, graciosamente, en manos de grupos empresariales que, por más buena voluntad que posean, velarán, como es lógico, por los intereses de sus inversiones. Espero que la información de que el BID otorgó, en el 2007, un préstamo de 100 millones de dólares condicionados a que Sedapal se privatizara sea solo una advertencia para que la idea de privatizar el agua no prospere. Jugar al capitalismo caníbal es peligroso. Lo demuestra la crisis actual. Crisis que, por otra parte, nos enseña que quienes han caído en el delirio de crear riquezas, sin reparar en métodos y consecuencias, no aprenden.
No aprender significa curar la enfermedad con las recetas que la provocaron. Creen, supongo, que la crisis tiene efecto vacuna, es decir, inmuniza contra otras crisis. Desafortunadamente, el argumento biológico no funciona en este campo. Por el contrario, una crisis cuyas causas no son atacadas en sus raíces –que, en este caso, descansan en una ideología que rescata lo peor de la soberbia humana– volverá a repetirse una y otra vez hasta que aprendamos la lección. Habrá que ver si cuando la hayamos aprendido tendremos todavía planeta en condiciones de brindarnos una nueva oportunidad.
No exagero un ápice. No son pocos los economistas que anuncian la formación de una nueva burbuja que empalidecerá la ya monstruosa que crearon las hipotecas subprime.
Cuando digo soberbia, quiero decir que los seres humanos, habitantes de un planeta casi insignificante, se comportan como si los bienes de este mundo fueran inextinguibles y como si la atmósfera estuviera blindada para asegurar nuestra supervivencia. Prevalece, incluso entre no pocos cultos profesionales, un sentimiento de omnipotencia que no se compadece de la realidad. El planeta está en terapia intensiva. Seguir explotándolo irracionalmente significa acortar los tiempos para que de terapia intensiva pase a la morgue. El agua es, si pretendemos que nuestros hijos no calmen su sed con goteros, uno de los elementos centrales en esta lucha por la supervivencia. Entregarla al capital privado es ponerla en manos de quienes pretenden seguir festejando el carnaval en la sala de terapia intensiva.
Diario Perú 21 del 20 de octubre de 2009