Editorial del diario El Comercio (26 de agosto de 2009)
Continuamente voceros del Gobierno y líderes de la oposición política se enfrascan en arduas y largas discusiones sobre lo que se debe hacer para sacar adelante el país.
¿Pero, saben realmente a dónde quieren llevarnos? ¿Se dan cuenta de la urgencia de contar con planes de mediano y largo plazo que proyecten una visión del Perú que queremos?
Pues parece que no, a decir del escaso apoyo y a veces nula atención que se presta al Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (Ceplan).
Según el informe publicado por este Diario, hace medio año la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) dejó incompleto su consejo directivo. Luego se recortó su presupuesto de 15 millones a 3 millones de soles. A pesar de esto, el Ceplan ha elaborado un primer plan para los próximos once años que, obviamente, en medio de la orfandad actual, no puede tener el nivel de excelencia deseable.
Esta anómala situación es atribuible no solo al Gobierno, y específicamente a la PCM, sino también a los líderes de los partidos políticos que suscribieron el Acuerdo Nacional, donde se fijaron algunos objetivos. ¿Dónde quedó el compromiso de todos ellos, que consta en actas, de poner todos los medios a su alcance para cumplirlos?
Detrás de todo esto hay una miopía e irresponsabilidad política grave, de la que debemos sacudirnos ya.
Hay que entender que, como sucede en el sector privado, el planeamiento estratégico es una herramienta indispensable para fijar metas específicas y medibles de cara a un objetivo mayor, que en este caso sería darle sentido de futuro al Perú.
Por ejemplo, reiteradamente se menciona la reforma del Estado casi en todos los discursos políticos, pero sin definir qué se entiende por eso ni en qué contexto se insertaría. Solo con un planeamiento estratégico se podría acometer esta reforma, involucrar a todos los protagonistas y respetar los ejes y metas concretas de este cambio en un tiempo prudencial.
Es lo que, a su manera, intentó hacer el Instituto Nacional de Planificación, creado en la década del 60 y el Centro de Altos Estudios Nacionales (CAEN), antes CAEM. Sin embargo, estos esfuerzos nunca fueron consolidados, lo que correspondería hacer ahora al nuevo Ceplan, creado en mayo del 2005.
No caben cálculos partidarios cuando está de por medio el futuro del país. Más aun, el Gobierno, el oficialismo y todos los posibles candidatos deben sopesar la necesidad de contar con un plan de país, que marque un norte de estabilidad y desarrollo inclusivo, cuya ejecución esté por encima de cualquier anteojera partidaria o personalista.
Es lo que, a fin de cuentas, se conoce como políticas de Estado, las que nos liberen del peligroso prurito de querer cambiar todo con el advenimiento de un nuevo gobierno, en un riesgosa apuesta pendular.
Para asegurar el éxito de este plan debe convocarse nuevamente al Acuerdo Nacional y lograr allí el consenso y compromiso de los partidos, además de la participación dinámica y permanente de representantes de la sociedad civil
¿Pero, saben realmente a dónde quieren llevarnos? ¿Se dan cuenta de la urgencia de contar con planes de mediano y largo plazo que proyecten una visión del Perú que queremos?
Pues parece que no, a decir del escaso apoyo y a veces nula atención que se presta al Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (Ceplan).
Según el informe publicado por este Diario, hace medio año la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) dejó incompleto su consejo directivo. Luego se recortó su presupuesto de 15 millones a 3 millones de soles. A pesar de esto, el Ceplan ha elaborado un primer plan para los próximos once años que, obviamente, en medio de la orfandad actual, no puede tener el nivel de excelencia deseable.
Esta anómala situación es atribuible no solo al Gobierno, y específicamente a la PCM, sino también a los líderes de los partidos políticos que suscribieron el Acuerdo Nacional, donde se fijaron algunos objetivos. ¿Dónde quedó el compromiso de todos ellos, que consta en actas, de poner todos los medios a su alcance para cumplirlos?
Detrás de todo esto hay una miopía e irresponsabilidad política grave, de la que debemos sacudirnos ya.
Hay que entender que, como sucede en el sector privado, el planeamiento estratégico es una herramienta indispensable para fijar metas específicas y medibles de cara a un objetivo mayor, que en este caso sería darle sentido de futuro al Perú.
Por ejemplo, reiteradamente se menciona la reforma del Estado casi en todos los discursos políticos, pero sin definir qué se entiende por eso ni en qué contexto se insertaría. Solo con un planeamiento estratégico se podría acometer esta reforma, involucrar a todos los protagonistas y respetar los ejes y metas concretas de este cambio en un tiempo prudencial.
Es lo que, a su manera, intentó hacer el Instituto Nacional de Planificación, creado en la década del 60 y el Centro de Altos Estudios Nacionales (CAEN), antes CAEM. Sin embargo, estos esfuerzos nunca fueron consolidados, lo que correspondería hacer ahora al nuevo Ceplan, creado en mayo del 2005.
No caben cálculos partidarios cuando está de por medio el futuro del país. Más aun, el Gobierno, el oficialismo y todos los posibles candidatos deben sopesar la necesidad de contar con un plan de país, que marque un norte de estabilidad y desarrollo inclusivo, cuya ejecución esté por encima de cualquier anteojera partidaria o personalista.
Es lo que, a fin de cuentas, se conoce como políticas de Estado, las que nos liberen del peligroso prurito de querer cambiar todo con el advenimiento de un nuevo gobierno, en un riesgosa apuesta pendular.
Para asegurar el éxito de este plan debe convocarse nuevamente al Acuerdo Nacional y lograr allí el consenso y compromiso de los partidos, además de la participación dinámica y permanente de representantes de la sociedad civil