César Hildebrandt
Columnista
Diario La Primera
En Puno, la gripe AH1N1 ha matado a nueve personas en lo que va de este invierno. Pero durante este mismo periodo la neumonía ya ha fulminado –sigo hablando de Puno- a 74 niños menores de cinco años.
Por lo tanto: Gripe AH1N1 9-Neumonía 74. Es la goleada mortal más abultada de los últimos tiempos.
Y a esto habría que añadir que más de la mitad de las muertes causadas en Puno por el virus de la gripe porcina corresponde a niños. La última de estas víctimas, por ejemplo, era una niña de dos años y ocho meses que no pudo ser salvada en el hospital Carlos Monge.
De modo que hablar de 74 a 9 resulta no sólo idiotamente frívolo sino también inexacto.
Es cierto que la mortalidad infantil ha descendido lentamente en el Perú. Pero aun ahora, después de estos años de bonanza minera y agroexportadora, seguimos siendo un país con cuatro veces más muertes infantiles que las que ocurren en los países desarrollados.
Los números no mienten: 6 infantes de cada mil en el primer mundo, 21 por cada mil en el Perú.
Y, claro, decir 21 muertes por cada cien mil es un espejismo estadístico. Porque ese promedio funde las cifras de Lima y las ciudades de la costa mejor atendidas por la salud pública con el pavor del mapa de la extrema pobreza.
En la raíz de esas muertes evitables está la pobreza. Y la hija mayor de la pobreza, que es la desnutrición. Las cifras dadas a conocer por la Unicef en el 2008 señalan que en el Perú, tras la lluvia de millones de todas las yanacochas reunidas, 27 de cada 100 niños menores de cinco años padece de desnutrición crónica.
Esta es otra deformación de la síntesis. Porque en Huancavelica esa hambre a tiempo completo llega al 49 por ciento de los niños menores de cinco años. Y en doce de las veinticuatro regiones del país la desnutrición infantil llega al 30 por ciento.
Lo más decidor es que la estadística de desnutrición se ha mantenido constante en los últimos diez años. No lo digo yo. Lo dijo el año pasado en Lima, discretamente, Nils Kastber, director regional de la Unicef para Latinoamérica y el Caribe.
-Claro –dirá alguno-, pero lo que no dice el columnista criticón es que la tasa internacional de mortalidad infantil es de 68 niños por cada mil nacimientos.
Y eso es cierto. Y también podríamos decir que, a cifras del 2008, hay 148 millones de niños con hambre en el Tercer Mundo. Y que en Sierra Leona la tasa de mortalidad infantil es de 262 por mil. Y que cada 24 horas mueren, de infecciones prevenibles y diarreas evitables, 25,206 niños (1,050 por hora).
Sí, todo eso es cierto. Pero no sólo está aquello de que a mal de muchos consuelo de tontos. Es que cuando hablo de Puno hablo del mundo. Porque no somos globales porque la Coca Cola se venda en todas partes ni porque las fusiones corporativas sin nacionalidad prosperen.
Tendremos que ser globales en la solidaridad, en los valores, en el sufrimiento de los otros.
Hemos avanzado (en el 1996 de Fujimori la mortalidad infantil peruana era de 43 por cada mil). Pero no hemos avanzado tanto como fingimos creer. Avanzaríamos mucho más si la política y la justicia social se reconciliaran y la economía y la redistribución dejaran de ser tan enemigas. En suma, si la neumonía infantil de Puno nos arrancara una lágrima.