Autora: Beatriz Boza
Alberto Andrade Carmona murió el 19 de junio; Michael Jackson, Farrah Fawcett y Alicia Delgado el 25. El salsero Julio Barreto murió el 4 de julio, Marco Antonio Gallego la noche del miércoles pasado y Elvira Travesí ayer. Son muertes de personas conocidas, en algunos casos con quienes crecimos, nos divertimos o quizá nos identificamos, queridas por muchos. Muertes trágicas; en algunos casos, asesinatos truculentos. Muertes sentidas, ausencias que generan congoja, dolor y mucha tristeza. Es que son muertes con rostro mediático. Como la noticia de este Diario el domingo pasado, que presenta en portada la tumba de Harry Potter. Muchos han sentido y sufrido esas muertes como cercanas, porque son muertes mediáticas.
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Es curioso, en Bagua murieron 33 peruanos, la gripe AH1N1 ya registra siete muertes en el país, por accidentes de tránsito hasta abril ya han fallecido más de 140 personas solo en Lima, y 52 niños murieron por frío en Puno.
En nuestro país, 17 niños de cada mil no llegan a cumplir un año (comparado con siete en Estados Unidos y ocho en Chile).
Registramos 190 muertes durante el parto (ocho en Estados Unidos y 20 en Chile), tenemos más de 3,5 millones de pobres extremos y 10 millones de peruanos viven en situación de pobreza, pero al parecer nos hemos acostumbrado a ello.
A diferencia de las muertes con rostro conocido, es como si experimentásemos una total desconexión emocional con ese “otro” a quien no conocemos, pues no está en nuestro entorno. Hemos despersonalizado sus muertes y asumimos la pobreza como algo normal. Por eso no importan. Son solo estadísticas.
Si no lo sientes, no lo puedes asumir como propio. Y el gran desafío que tenemos como sociedad es que incluso el sentimiento no te lleva a la solución porque para llegar a esos miles de desconocidos requerimos una acción estatal eficaz en todos los niveles de gobierno, especialmente en el más cercano a la población y quizás más lejano a la modernidad: el centro poblado alejado. Ello no nos exime a los citadinos de responsabilidad.
La preocupación por el “otro” se practica a diario, en la combi cuando vemos que a otro le roban y no hacemos nada, cuando paramos el taxi a media calle, cuando preferimos no denunciar al corrupto o quedarnos callados para llevar la fiesta en paz. Con pequeñas acciones cotidianas podemos ponerle coto a esa muerte que nos está rondando.