Autor: Fritz Du Bois
19 de julio de 2009
A pocos días de cumplirse el tercer año del gobierno de Alan García, uno tiene la impresión de que va camino a un resultado final que va a parecer 'espejo’ del de Toledo, es decir, se verá igual pero en sentido inverso. En el caso del oriundo de Cabana, su mandato fue de menos a más. Los primeros tres o cuatro años estuvieron marcados por permanentes escándalos y fue recién al final del gobierno que logró estabilidad en el manejo. Incluso una de sus decisiones más acertadas fue aislar su administración de las presiones partidarias para aumentar el gasto durante el proceso electoral nombrando como premier a un independiente como PPK.
En el caso del gobierno de Alan García parece que va en sentido opuesto –de más a menos–, ya que los primeros dos años la economía creció fuertemente y en general el país vivió un período de entusiasmo. Pero el impulso se viene perdiendo desde hace buen tiempo, no solo por efectos de la crisis internacional sino también por el mal manejo interno, y en vez de abrirse a independientes se está cerrando cada vez más en sus partidarios. Ante este escenario, haría bien el presidente en revisar algunas de las promesas electorales que ha olvidado.
Así tenemos que ofreció reformar el régimen presidencial para que el jefe del Estado se ocupara –a la francesa– de los grandes problemas nacionales y el primer ministro ejerciera las funciones de jefe de gobierno o del Poder Ejecutivo. Sin embargo, está haciendo lo contrario a lo ofrecido y ahora tenemos a un premier que ha devaluado el cargo al considerarse simplemente un coordinador de los mandados presidenciales.
Asimismo prometió que desaparecería la publicidad estatal (incluso estaba entre los grandes ahorros para financiar el plan de acción inicial), lo cual fue muy bien recibido por los contribuyentes por la irritación que causa ver nuestros impuestos desperdiciados en levantar la popularidad del gobierno de turno. Pero no podía ser cierta tanta belleza y ya cayó en el mismo vicio que Toledo, tratando de revertir la caída en la imagen presidencial con costosos spots pagados con nuestro dinero.
Finalmente, para un gobierno que confunde el desarrollo de un mercado eficiente y competitivo con el ser pro empresario –que dependiendo de qué empresario está al lado puede resultar siendo exactamente lo contrario, basta ver las leyes con nombre propio que se han estado promocionando– hubiera sido fundamental cumplir con la promesa de vender las acciones de las empresas públicas en la bolsa. Lo cual hubiera, al menos, garantizado transparencia en el manejo empresarial del Estado.
En realidad, ante el preocupante horizonte de los próximos dos años que con la actual tendencia serán los peores del mandato, de haber cumplido esas promesas habría un blindaje contra presiones partidarias, ya que el gobierno tendría menos capacidad de intervenir en el mercado, no contaría con recursos para campañas proselitistas pagadas por todos los peruanos y el gabinete sería dirigido por un jefe de gobierno.